La censura mete la tijera en las obras de Roald Dahl y las de Ian Fleming
Este mes de febrero ha sido bastante extraño. He estado enfermo más de una semana y la verdad es que he tenido pocas ganas de escribir. Sin embargo, a finales de mes ha saltado la noticia de la venta de los derechos de las obras de Roald Dahl, y de su «revisión» por parte de la editorial Puffin para violar la obra original del autor. Sí, he escrito violar, porque es lo que es, un atentado directo contra la libertad de creación artística, por lo tanto, una violación de un derecho fundamental. Por suerte, han reculado hace unos días, ya que el mundo de la cultura se ha movilizado para mostrar su rechazo a esta decisión (veremos si hacen lo mismo con las novelas de Ian Fleming y su James Bond, puesto que quieren «adaptarlas o modernizarlas para no ofender nuevas sensibilidades»).
Ni que decir tiene que estoy totalmente en contra de que se reescriban los clásicos y mucho menos por individuos, de pellejo fino, que no sean sus autores. No solo porque yo sea coautor de dos libros de fantasía, sino por el simple hecho de que una obra cultural no debe ser revisada, salvo para corregir erratas, fallos de la traducción y poco más. Las interpretaciones malintencionadas y sesgadas no tienen cabida en democracia, porque lo que se le pensaba hacer a las obras de Roald Dahl era censurarlas (ojo, que ya se ha hecho con otras como la afamada Diez Negritos de Agatha Christie).
Los Oompa-Loompas iban a pasar a ser seres «neutros»
Aunque hay que decir que este autor, en concreto, nunca ha estado exento de polémicas en su carrera, como ya os conté con su obra Charlie y la Fábrica de Chocolate en la entrada Las 10 mejores novelas de fantasía para empezar a leer. Es el problema de ser una persona sin pelos en la lengua, como demostró reiteradamente a lo largo de su vida.
Como ya he dicho en numerosas ocasiones, si algún listo, lista (o liste) se cree que lo puede hacer mejor, adelante, que lo haga. Que se escriba un libro, se lo presente a una de las editoriales, esas chachis que son inclusivas a tope y que se lo publiquen, a ver si consigue vender más de 250 millones de copias en todo en mundo con sus libros. Por cierto, Roald Dahl trabajó como guionista en Sólo se vive dos veces de James Bond y en Chitty Chitty Bang Bang, ambas adaptaciones de novelas de Ian Fleming, al cual quieren «modernizar» estos sinvergüenzas.
James Bond será, a partir de abril, menos «racista»
Quiero concluir con una reflexión, para aquellos que quieran hacerla (a los estrechos de miras no se les espera): las palabras no son las que insultan, son las personas las que lo hacen. Definir como gordo o feo a un individuo no es un peyorativo de por sí, depende exclusivamente de la imaginación y de la percepción del lector. Lo que yo entiendo como autor, no se va a parecer lo más mínimo a lo que mis lectores entienden. Es decir, que lo que para mí es una persona gorda o fea, para ti, que me lees, no tiene por qué ser lo mismo.
Eres tú quien pone el sesgo, no el escritor, porque él lo único que hace es describirte las escenas con mejor o peor fortuna. Luego es tu imaginación la que hace el resto. Si yo necesito crear un personaje como el que interpreta Brendan Fraser en The Whale (La Ballena), necesito definirlo como extremadamente gordo para que tú, mi lector, te lo imagines así. Luego, las interpretaciones morales las pones tú, no yo.
Tanto las obras de Roald Dahl como las de Ian Fleming son tan inviolables como las de Shakespeare
Un ejemplo muy claro de lo que digo es la portada de El Despertar, donde sale uno de nuestros protagonistas principales, Drakan. Tras tanto tiempo, he de confesar que no es como yo me lo imagino cuando escribo, ni mucho menos. ¿Es algo malo? No. Simplemente, respetamos la libertad de creación del ilustrador, dándole las herramientas para que él pudiera crear con total normalidad y sin censuras. Otra de las controversias que hemos tenido es con el lenguaje de Alma. Algunos lectores nos han dicho que no entienden por qué habla en «andaluz», cuando nosotros jamás hemos dicho nada al respecto. Si yo, el autor, no he hecho tal mención, ¿por qué hay gente que lo piensa? La respuesta es simple, es tu imaginación la que rellena los huecos, no mis palabras.
Para no tener ganas de escribir, me ha salido un parrafazo muy considerable, pero es que este atropello es el colmo de la incultura y es un fiel reflejo de la sociedad adoctrinadora en la que vivimos. Espero que la siguiente entrada sea más plácida y blanca, aunque como está el patio, no descarto otro puñetazo en la mesa para decir basta desde este pequeño rincón.
Totalmente de acuerdo contigo. Al que no le gusten estas obras, lo mejor que puede hacer es no leerlas, en vez de imponer a los demás unos gustos y criterios personales. La censura es el recurso de los mediocres y lamentablemente, hay demasiados mediocres con poder. Gracias por rescatar la libertad de expresión.
La libertad de expresión es un derecho fundamental, nos guste o no lo que digan los demás. El pensamiento único, solo lleva a un sitio y no es bonito.
Gracias a ti por comentar.